Impresas y en la pared, el estado más feliz de las fotografías
Al caminar por la calle, en felices ocasiones las fotografías le hacen ojitos a uno. De pronto aparecen y uno se ve obligado a cambiar el paso, a detenerse, a seguirlas si están en movimiento. No sucede todos los días, tiene algo que ver con el azar, con el ánimo del momento, con el poder de estar presentes.
La fotografía que se ha visto le coquetea a uno, se camina a su alrededor, se le da vueltas en la cabeza, se espera y de pronto los astros se alinean y se da la feliz ocasión: ¡un clic! Se ha creado una fotografía, un momento que va a perdurar, un instante con la posibilidad única de trascender al mundo de los objetos.
De las muchas fotografías que uno ve, son pocas las que se logran hacer, muchas se escapan, o terminan siendo una promesa vacía pues no responden a lo que uno sintió al verlas.
Muchas menos son las fotografías que llegan a imprimirse. Cada vez son menos las fotografías que superan la memoria del celular o del computador que viene siendo una especie de limbo para ellas, más en tiempos en que ya no tenemos álbumes de familia, no llevamos fotografías de nuestros seres amados en la billetera o las atesoramos en dijes.
Las fotografías que se convierten en objetos, son literalmente: tesoros. Llenan de magia los espacios, los alegran, permiten ser contempladas y leídas una y otra vez, nos acompañan, nos hacen preguntas, nos hacen sentir.
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