Foto del día
Cuando niño siempre fui el fotógrafo del periódico del colegio, del anuario y de los muchos eventos de la familia; mis amigos recuerdan que llevaba siempre conmigo una cámara que más parecía llevarme a mí. Empecé a recibir los primeros frutos de este interés en los años de universidad, pues para entonces conseguía el dinero de las fotocopias y los corrientazos, como ocasional fotógrafo de matrimonios, bautizos, fiestas de 15 y cuanto rito de paso tuvo lugar a mi alrededor.
Con el paso de los años tuve la certeza que la Fotografía iba a ser la pasión dominante en mi vida, no me equivoqué, todas las decisiones que he tomado de importancia han tenido que ver con ella. Devoraba cuanta revista National Geographic llegaba a mis manos intentando descifrar el secreto oculto en esas fotografías, ¿por qué eran tan buenas? ¿qué me hacía no olvidarlas y quedarme atado a ellas?
No he tenido una formación formal en Fotografía, fuera del único curso en la Universidad que me enseñó lo más importante: a quererla. En esos años entendía a la Fotografía como algo que uno hace cuando está de viaje, la cámara era un objeto de culto que había que proteger de las miradas de otros y de los peligros de la calle.
Pasaron más años, de repente empece a escuchar que me llamaban señor y no joven, y sí era conmigo, ya me había casado y mi volumen había aumentado, no el de mi voz; era feliz pero no me sentía mejor fotógrafo, a pesar de las muchas alegrías de las fotos de ocasión dudaba de mi voz (y de mi sombra) como fotógrafo. Entonces llegó La foto del día.
La foto del día no es una idea original, mas si fue una idea inédita para mi; así se presentó: me invitaron a dar una clase de Fotografía en la Universidad Javeriana, y buscando ejercicios de interés pensé que lo mejor era proponerle a los estudiantes como trabajo final de la clase hacer una foto cada día del semestre; vender la idea fue fácil, utilicé como argumento el tiempo invertido; en la primera sesión de clase medí el tiempo que tomaba hacer una fotografía y subirla a la internet, multiplicamos ese tiempo por el número de días del semestre y el resultado era abismalmente menor al tiempo que un estudiante invierte en el desarrollo de una entrega final; los hice caer en cuenta que para el final del semestre, que es cuando nadie tiene tiempo, la entrega ya estaría hecha; agregué que esa galería con un número cercano a las 120 fotografías sería un documento invaluable en los años por venir, estaba leyendo en ellos mi propia nostalgia sobre ese momento en sus vidas; me preguntaron: ¡nos toca “cargar” la cámara todo el tiempo!, les respondí con seguridad que ya todos los presentes tenían una cámara en sus manos: su teléfono celular. Sobra decir que me compraron la idea, y debo reconocer que los engañé.
La letra fina de este contrato dictaba que se podían hacer muchas fotos pero solo una, seleccionada entre ellas, sería la foto del día y se publicaría en la galería con ese nombre, este acto de curaduría propia supone que la foto con mayor elocuencia, por ser una buena fotografía o por dar cuenta de lo particular de ese día, sería la escogida. Noten que hablamos de hacer y no de tomar una fotografía, es un ejercicio muy diferente, tomar supone que la foto ya está hecha, uno solo la rescata de la realidad, la empaca. Utilizar hacer como verbo supone un ejercicio de mayor alcance, un ejercicio creativo que reconoce la realidad como materia prima, pero que es “procesada” por nuestro ser al comprender las emociones que esta realidad ocasiona en nuestra subjetividad, así toda acción que tomemos con nuestro cuerpo y con la cámara como extensión será para reflejar esas emociones en la fotografía, el resultado este ejercicio de introspección es la fotografía.
Hacer una fotografía cada día es una tarea difícil, lo supe cuando al escuchar mis argumentos terminé yo también convencido; sin pensarlo mucho decidí hacer una foto al día, quería aprovechar la oportunidad de ser coherente con mis palabras, dar ejemplo con la acción, además mi intuición me decía que este ejercicio encerraba una promesa.
Muchas eran las dificultades:
- En primer lugar no era un hombre constante. Abandoné muchos propósitos similares, vendí la guitarra que me obsequiaría el concepto de ritmo, no continué con las clases de francés, tomaba licencias en la universidad y en mis proyectos.
- No todo lo que vemos es fotografiable. Recuerdo días que se acercaban a su final y yo no había tomado, menos hecho aún, una sola fotografía. Al no saber qué estaba buscando en particular todo lo que veía era para mi: paisaje. Mi vida cotidiana en la cual, en buena medida, yo no estaba presente, parecía ante mis ojos ausentes: árida, rutinaria y repetida.
- Cuando finalmente encontraba una escena qué “me hacía ojitos”, la fotografía se me escapaba, no estaba listo, mientras lograba sacar la cámara y hacer los ajustes de rigor, el sujeto ó la situación se esfumaban ante mis ojos; lo que lograba “capturar” no me capturaba a mí.
Pero por fortuna, los abuelos ya nos habían advertido que “la constancia logra lo que la dicha no alcanza”, y con el paso de los meses, empecé a cambiar las rutas de mis recorridos cotidianos, a separar unos minutos para mí, a mirar al cielo ó a los árboles y sentir qué hay otro ritmo en las cosas, más natural, más cercano a mi. Dejé de buscar las fotografías, y empecé a encontrarme con ellas en las vueltas de las esquinas y en los momentos quietos. Así, la Fotografía me sonrío de vuelta, y:
- Encontré, ¿o debería decir construí?, mi propia mirada. Descubrí que todas las voces de mis emociones tienen algo qué decir, no solo las eufóricas. Aprendí a extrañarme ante lo cotidiano, a mirar mi vida con los ojos abiertos.
- Reconocí que mi mirada es interesante, no solo para mí, también lo es para otros.
- Aprendí a darle valor a los pequeños pasos, cruciales en los grandes propósitos.
- Le perdí el miedo a los otros y a mí mismo. No tengo temor de “sacar” la cámara, de pedir permiso para hacer una fotografía ó hacerla sin permiso, he logrado sin mediar palabras la colaboración de otros, su interés y complicidad.
- Estas fotografías del día me han permitido estar más presente aún en mi propia vida.
- Recuperé la forma, incorporé la fotografía a mi cuerpo, ahora mi cámara está no solo a la mano, también está lista, camino a la distancia adecuada de los sujetos, he logrado el ritmo y la sincronía del momento.
- La Fotografía ahora no es solo una mediación con la vida cotidiana, un rol válido en los espacios sociales, una excusa para estar ahí; ahora entiendo a la Fotografía como un método para conocer, para mirar en detalle no solo a los otros sino también a mí mismo.
Hace unos días me sorprendí pensando en mi propia muerte, pensé que sería terrible, no solo por perder la familia, el amor, la oportunidad de hacer realidad los sueños en curso, también por que no tendría la posibilidad de seguir haciendo La foto del día.
Me despido con una pregunta, que puede responder en el espacio para los comentarios: ¿Qué promesa encierra la Fotografía para usted?
Las fotos del día están publicadas en mi cuenta en Instagram, en mi cuenta en Flickr y en estas galerías: