Fujita: ¡gracias totales!
Alma, mi novia, dice que parezco una fotocopia pues todos los días me veo igual, utilizo el mismo estilo de ropa, la que encuentro a la mano en el closet pues según ella no busco más allá, y siempre llevo terciado un morral pequeño de color negro con mi cámara fotográfica. No importa si salimos de vacaciones, voy a la tienda de la esquina por las arepas, o bajo a la portería a recibir un domicilio, siempre va conmigo Fujita. No vaya a ser que algo extraordinario pase y yo no tenga mi cámara conmigo.
Todo esto cambió el pasado 30 de diciembre, ese día, sin aviso o señal alguna que permitiera suponer alguna falla, Fujita dejó de obturar. Isabella, nuestra hija, cumplió ese día 5 años y estábamos felices preparando la celebración. Isabella estaba estrenando vestido, la vi pasar, bella como ella sola, entró a la casa a buscar algo y yo supe que saldría al momento, así que me imaginé la fotografía (la visualicé), la luz era perfecta, enfoqué el marco de la puerta y cuando ella llenó con su sonrisa el espacio oprimí el obturador, la cámara hizo un sonido extraño y no volvió a prender.
Hice las fotografías del cumpleaños de Isabella con el celular, y así desde ese día. La alegría del momento suavizó el golpe emocional de no tener a Fujita conmigo. Esa noche cargué las tres baterías de la cámara, y las ensayé una a una en la cámara sin respuesta, no volvió a prender y se repetía ese ruido extraño. Al despertarme al otro día sentí una vez más la ausencia de Fujita, supuse que el problema era el contacto de la batería y me aseguré de que el resorte metálico hiciera contacto, no prendió, intenté limpiar los contactos de las 3 baterías varias veces, sin suerte. No era la batería.
Recurrí a doctor Google y empecé a buscar “Mi fuji Ex-2 no prendé” y en ese momento no me sentí con suerte. Luego de leer algunas publicaciones y volver a escuchar ese ruido extraño decidí quitarle el lente y vi que la cortinilla del obturador estaba cerrada, nunca antes la había visto así, como si se hubiera quedado congelada. Guardé a Fujita en su morral e intenté sin éxito no volver a pensar en ella por el resto de las vacaciones.
Con el paso de los días empecé a tener la certeza de que por el contrario con Fujita lo que tuve fue mucha suerte. Fue la adquisición más estudiada posible, luego de leer todos los blogs de fotografía dedicados a evaluar cámaras y compararlas, era tanta la información que no era posible tomar una decisión, así que le pregunté al que sabe, mi amigo Oneris Rico y él me dijo: “Galo, la cámara para usted es una Fuji EX-2”, nada más cierto. Fujita llegó a mis manos el jueves 23 de octubre de 2014 le hice esa noche una primera fotografía a Alma y dejó de obturar en la mañana del miércoles 30 de diciembre de 2020: 2.260 días, o para ser más precisos: 6 años, 2 meses y 7 días después, la última fotografía que hizo Fujita fue de Isabella.
Alma Agudelo - octubre 23 de 2014
Isabella Naranjo - diciembre 30 de 2020
Cuando dictaba clases de Fotografía en la Universidad Javeriana cada semestre a alguno de los estudiantes le robaban la cámara, cuando me enteraba en clase de la noticia daba el pésame al estudiante y a continuación celebraba la noticia para todos, pues a partir de ese momento ya a nadie le iban a robar la cámara, estábamos protegidos por los dioses de la estadística, pues este evento desafortunado sucedía solo una vez cada semestre, en 7 años no falló esta estadística. En mis palabras de consuelo al estudiante doliente siempre le decía que las cámaras eran juguetes, que eran para ser usadas, que pedían “calle”, estaban hechas para jugar con ellas, lo terrible habría sido que la cámara se hubiera dañado, guardada en casa, protegida y no se hubiera utilizado.
Fue tal mi grado de apego a Fujita que a diferencia de todas mis otras cámaras y equipos que he prestado sin consideración alguna, con el argumento para mí mismo que todos los equipos que utilicé por primera vez (un trípode, un lente largo, un flash, un flex) fueron también prestados por un amigo; a Fujita que me costó mucho prestarla y sólo lo hice a dos personas, a Ricardo Rivera, mi gran amigo al que recuerdo con su sonrisa de siempre decirme: “Don Galo, una belleza su camarita” y a Isabella mi hija, quien un día teniendo sólo 3 años la tomó sin que me diera cuenta y vine a enterarme en la noche al revelar las fotos de ese día y descubrir la primera foto que ella se hizo.
Fotografía de Isabella Naranjo - octubre 14 de 2019
Según don Prospero, el técnico de Alfocámaras, Fujita hizo más de cien mil disparos, es decir en sus 2.260 días de uso continuo en promedio obturó 44 veces cada día, este dato va acorde a lo esperado, todos los días, al final del día descargaba las fotografías al computador y dedicaba unos minutos a repasar lo que había hecho ese día viendo las fotografías, seleccionaba unas para hacer el proceso de revelado digital y publicaba esta selección en mi cuenta en Flickr, ya publicadas las volvía a mirar y escogía La Foto del Día (siga este enlace para conocerlas), la foto que mejor contara el ánimo del día.
En el momento del registro en el servicio técnico notamos que a Fujita ya se le había borrado su número de serie, es claro que a ella no le gusta ser identificada con un número, ella tiene nombre, hace parte de una familia. Quedó registrado en el formulario de ingreso que su cuerpo estaba algo “estropeado” pues había perdido ya parte de su vestido de cuero gracias al sudor de mi mano que terminó por echar a perder el pegante con que fue vestida al salir de fábrica, ahora Fujita luce sin pudor y con cierto orgullo, su piel metálica. Su desnudez parcial no siempre fue de buen recibo, recuerdo la mirada de desaprobación que le dio mi buen amigo Leopoldo Peñalosa, quien cuida y consiente a sus muchas cámaras con el rigor de un coleccionista, manteniéndolas a todas en perfecto estado. Leopoldo no pudo evitar preguntarme: “Galo ¿cómo puede usted hacer fotografías con una cámara así?”
El proceso de duelo por la pérdida temporal (por ahora) de Fujita ha seguido el ciclo que documentan los psicólogos, luego de la parálisis, la negación, el enojo, el miedo, la tristeza (una profunda tristeza), he pasado a la aceptación y con la escritura de este texto siento que empiezo a otorgarle sentido al suceso. Me obligué a utilizar el celular como cámara fotográfica, y a aprender a mirar desde él, no me permite hacer muchas fotografías y me ha sido muy difícil adaptarme a esperar el tiempo que toma abrir la aplicación para hacerlas (utilizó Adobe Lightroom que me permite obtener archivos RAW de mayor calidad y revelar en el mismo celular), me toma mucho trabajo concentrarme y componer las fotografías al no poder usar un visor, y en parte volver a aprender un proceso de aprender a mirar como el celular como ya lo había aprendido a hacer con Fujita, no exagero al decir que ella ya era una parte de mi cuerpo.
Mi amiga Constanza Solórzano me ayudó mucho al hacerme caer en cuenta que al final no es que me haya quedado con el celular como única salida, tengo otras muchas cámaras análogas, mi Nikon F del año 59 que “está como un lulo”, una Olimpus Trip que me heredó mi cuñada que “funciona al pelo” y mi gran cámara estenopeíca, fabricada por Camilo Villa, así que he empezado a desempolvarlas y a buscar el momento para salir a comprar película y papel. También, en espera de saber si don Prospero logra hacer la magia y se consigue “la board” y “el shooter” y al final su precio es razonable, he empezado a investigar qué cámara podría reemplazar a Fujita dentro de los límites que impone mi presupuesto, por supuesto debe ser una Fuji para aprovechar mi inversión en el lente que utilizó (un 23 mm f 1.4), y recibí la buena noticia de que hace un par de semanas lanzaron la EX-4 que mantiene la magia de controles mecánicos para velocidad de obturación y diafragma, y su factor de forma aún más pequeño que la de sus predecesoras.
Revelé ayer, finalmente, las fotografías de ese 30 de diciembre, imágenes latentes todo este tiempo en la tarjeta, y que por alguna razón no había querido revelar. Me alegró al hacerlo volver a descubrir la magia de lo que Fujita me permitía hacer y en lugar de tristeza sentí alegría y mucha gratitud, esta emoción marcó el final del ciclo del duelo, creo era necesaria sentirla para alentarme a escribir este texto y poder darle así un cierre, al menos por ahora, a mi historia con Fujita.
Buenas noticias
A las pocas semanas de dejar a Fujita al cuidado de don Prospero –en Alfocámaras– empezaron a llegar las buenas noticias. Luego del diagnóstico me dijeron que la reparación era posible y el costo era una cuarta parte del valor de la cámara; los visité de inmediato y tuve la alegría de volver a escuchar a Fujita obturando, pero los muchos intentos fallidos de prender la cámara habían generado un daño en su mother board y era necesario reemplazarla. Se inició con ayuda de Fuji Colombia la importación de la pieza, luego de recibirla vino el proceso de instalación y posterior a él las muchas pruebas que deben hacerse, en palabras de Don Prospero, para volver a enseñarle a la cámara todas las operaciones. Finalmente recibí a Fujita el pasado sábado 22 de mayo.
En todo este tiempo de espera imaginé las fotografías que volver a tener a Fujita conmigo me permitiría hacer, pensé en experimentar un poco con el desenfoque de los sujetos en primer plano, como nueva posibilidad narrativa no explorada. La primera fotografía que hice fue nuevamente de mi hija, que la saludo también con alegría. Fujita se siente como nueva, volví a establecer desde la fecha a todas las preferencias de usuario que con años de uso había seleccionado y finalmente volví a salir a la calle con ella en la mano, es claro que ahora, después de 143 días sin ella, volví a estar completo.